viernes, 16 de octubre de 2009

PERTENENCIA

Cuando me fui de él, cuando se fue de cada espacio que le pertenecía, supe comprender el significado de la soledad.
Percibí el anonimato en mi cuerpo, el invierno de una cama vacía en la noche.
Durante las tardes, los colectivos me conducían a ciudades sin lugares, a espacios que nunca podía alcanzar ni tocar.
Yo era un cuerpo ajeno en todos los escenarios, en todos los sentimientos. Una extranjera que había perdido las llaves para volver a su hogar. Por lo tanto, vivía en un estado de vulnerabilidad permanente, donde la sensibilidad hundía todos mis desiertos al recordar que no tenía un refugio al cual regresar.
Todo esto creía hasta que pude volver a la ciudad con mar. Entonces me encontré corriendo en la noche por una avenida, mientras recordaba la frase de una película, en la cual un hombre le dice a su hija que cuando nada queda, lo único que perdura es el amor por la tierra a la que cada uno pertenece.
De ese modo entendí que ya no estaba sola mientras tenga ese lugar a mi alrededor. Allí sería bienvenida siempre, allí podría perder todos mis temores, aún en la absoluta y silenciosa soledad.
El viento frío en mi sonrisa continua aliviaba mis sentimientos al aceptar que había encontrado las llaves. Estaba de vuelta en mi refugio, en el único lugar al cual pertenecía.



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