martes, 19 de enero de 2010

SIGUEN

Nadie sabe por qué, de pronto, la figura se desdibuja y las hojas que se arrancan, ya no pueden caer, puesto que no existen. Así sucede que la voz pierde su materialidad para no poder recordar su timbre. Entonces  ya nadie sabe de lamentos, sólo mi cuerpo ausente. Ni entiende la identidad de un sentimiento que olvidó su forma de ser. Nadie encuentra, ni oye. Nadie espera.
A lo lejos, la percepción de una simple autopista: imágenes perdidas que me llevan y me traen un espejo de presencias efímeras, de encuentros ardientes que ansío perder, evocando la naturaleza salvaje de mi visión. No hay una luz permanente, sólo un brillo continuo.



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