viernes, 22 de mayo de 2009

TERAPIA INTENSIVA

¿Te acordás de ese día? Hacía calor y vos estabas cansada de esperar en la vereda del sol. Al entrar, observaste cómo la enredadera comenzaba a perder su pálido color del invierno. Escuchaste los tacos, ya no los querías. Entonces pasó: una decisión te hizo entender que buscabas otra cosa.
La saludaste, entornó la reja, luego la puerta. Te sentaste en el sillón rojo . El comienzo fue un simple conjunto de comentarios acerca de todas esas cosas que nunca habías observado: los retratos, la cortina, la escalera. Siempre fijabas tu atención en los mismos objetos: la sirena desnuda, el mueble oscuro... Entonces hablaste de tus miedos, de tus más grandes miedos que nunca habías podido nombrar. Una sola palabra resumía todo, la más temible, la más abarcadora: la Muerte. Intentaste realizar tu propio análisis acerca de ella, de los fantasmas que merodeaban alrededor de ese concepto, te referiste a la vida y también al final.
Del otro lado del sillón, escuchabas los ruidos de las botas y una delicada voz que asentía. "Era cobarde- un sentimiento de sorpresa te invadió al oírte decir eso, mientras girabas la cabeza buscando sus ojos- tenía tanto miedo al destino incierto, tanto miedo a la muerte, que no me dejaba vivir". Entonces llegó la comprensión de todos esos pensamientos que durante varios años no habías podido encadenar. Nombraste de modo ligero al inconsciente, para no caer en el lugar común tantas veces citado. Hiciste una pausa, te distrajiste mirando tu mochila, tus zapatos.
-¿Y lograste armar una respuesta acerca de la vida y la muerte?- te interrogó ella quebrando el silencio, mientras el cigarrillo se consumía en su mano- recordás que desde el día que nos vimos por primera vez te insisto acerca de la necesidad de crear esas respuestas...
-Ese es el tema, realmente no me las creo. La vida es ésto, el sentir y la muerte es ese espacio del cual no se vuelve, que te abandona en un lugar oscuro improvisto de la ilusión del ser. No creo en las religiones, aunque a veces quisiera hacerlo, por el simple hecho de confiar en algo... Pero son simples historias que la gente reafirma para poder aceptar que hay ciertas cuestiones que no tienen solución, para poder dormir de noche, despertar de día.
-¿Leíste alguno de los libros que te recomendé?- negaste con la cabeza mientras ella anotaba algo en su cuaderno- Deberías intentarlo ¿No te parece?
-No, la verdad que no. Las religiones no pueden ofrecerme nada, Elizabeth, sólo la literatura puede brindarme algunas respuestas- otro silencio te invadió mientras la veías escribir - ...leí Siddhartha, eso me resolvió algunos temas... comprendí que toda experiencia ayuda a crear el camino, y que la sabiduría no está relacionada con la carrera por adquirir conocimientos, sino con poder ver en cada paso, en cada acción, lo que la vida es.
Tu recuerdo se inundó con diferentes imágenes... las mañanas grises en el tren leyendo ese libro, la noche con sabor a café que fuiste a buscarlo a una vieja librería de Avenida Corrientes. Ahora hablabas de vos, nunca te habías sentido tan cómoda haciéndolo. Tu cuerpo se estiró sabiendo que ya no volvería a acomodarse en ese sillón.
Retomaste la idea del camino, advirtiendo la importancia de poder armar el tuyo, de confiar en vos, de sentir que podías transitar sola a partir de tus logros. Ella encendió otro cigarrillo y dijo que lo comprendía, que le parecía un buen momento si deseabas intentarlo, iba a estar ahí cuando la necesitaras. Entonces una sonrisa sincera se hizo presente en tu rostro, ya era la hora de irte, sin antes observar la sirena por última vez. Tomaste tu mochila, ella abrió la puerta, vos la reja y comenzaron a caminar por el pasillo de enredaderas. Miraron el cielo, hablaron del clima "¿Trajiste abrigo?", fue lo último que preguntó antes de la despedida, vos le señalaste tu mochila. Luego llegó el momento: la saludaste, sonrieron y te perdiste con lentitud por las cálidas calles de Congreso.
Te sentías libre, sabías que ahora todo dependía de vos. Tenías esperanzas... Estabas tan optimista... sentiste frío, te colocaste el sweater sin detener tus pasos. Aún no imaginabas que con los meses ese mundo tan cuidadosamente planeado, se derrumbaría.

Hoy tu vida es otra, hay días que extrañás observar las cortinas, la sirena mientras comprendés tus palabras al decirlas en voz alta.
Ahora estás acá, acostada, evocando las ausencias. No podés levantarte, ciertos lazos invisibles te atan a la cama. Pero igual buscás el modo y lo lográs. Pudiste comprender que podés caer, pero no vivir cayendo.

Entonces tomás la máquina naranja de la biblioteca, la acomodás en un banco y te sentás en el sillón. Optás por comenzar con un signo de interrogación. La palidez de la hoja comienza a extinguirse, así te encontrás escribiendo con la misma excusa de siempre: el diálogo que no concebís en voz alta, lo admitís en una hoja en blanco, con el fin de ya no poder olvidarlo.




1 comentario:

  1. Solo dos detalles para que fuese perfecto, dos detalles tontos, pero es genial, realmente me gusta el ritmo que posee

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