jueves, 10 de diciembre de 2009

TIEMPOS DE DUENDES


Una casa de té escondida en un bosque. Una escenografía recordada,..un mundo maravilloso que existía cuando me bajaba del carruaje con mis padres y mi hermano: los grandes tomaban la merienda  y conversaban mientras nos observaban atentos, a nosotros, los chicos que amábamos llegar para crear espacios con navíos y sin olas, con castillos encantados y la inocencia colorida que dominaba todos nuestros sentidos. Luego había que abandonar el lugar, y perpetuarlo de alguna manera en nuestra mente, añadiéndole ficciones a cada espacio incógnito, poco definido, para que no quede incompleto.
Así fue que emprendí mi búsqueda hacia esa casa sin nombre y con una brújula sin norte ni sur...a la que llegué un día y que, desde ese momento, ella llegó a mí, en repetidas ocasiones y en diferentes formas.
Fui por el camino principal del bosque, pisé ramas... olí el eucalipto en cada paso, leí con atención todos los carteles que se avecinaban. Una y otra vez, éstos me engañaban: seguía inscripciones con dibujos de teteras, pero los lugares ya no estaban.
Entonces intenté hablar con Ana, luego con Roberto, al fin y al cabo, ellos me habían presentado alguna vez ese lugar maravilloso al cual ya no podía volver por mis propios medios. Todo fue en vano, ellos solamente repetían el nombre del bosque y  decían que allí los avisos orientarían , ambos repetían que nunca habíamos ido caminando y que ya habían pasado muchos años.
Luego de tres horas de explorar la zona, mis pies se sintieron agotados. Me detuve a descansar en el sillón que un árbol había creado para mí.  Puse la lona, luego acomodé mi mochila, y me tomé unos minutos para deleitarme con el sandwich de lechuga y soja que me había preparado antes de salir del departamento.
Estaba por quedarme dormida, apoyada sobre la corteza, cuando oí que alguien pronunciaba mi nombre. Miré hacia la izquierda, luego hacia la derecha , no había nadie (nunca se me hubiese ocurrido mirar el suelo). “Helena... Helena”, escuché nuevamente esa voz tímida que me llamaba. Acto seguido un ser de no más de quince centímetros brincó sobre mis rodillas. Parecía un humano y también su negación. Tenía tez verde de duende, ropa verde de duende, mirada inocente, orejas imponentes  y una risa escarlata que en ningún momento se desdibujó de su cara.
El extraño personaje me pidió que lo acompañara, dijo que venía a buscarme porque debía llevarme a un sitio. Por alguna razón, me puse de pie, y comencé a seguirlo: Primero caminamos de forma apresurada, luego corrimos y, por último, volamos...
Llegamos entonces a destino: frente a mis ojos, un barco de cemento y un tobogán esquelético nos esperaban. Ningún niño sonreía ya. Ningún padre observaba con atención a través de la ventana.
Así fue que me decidí a entrar a la casa de madera que encontré abandonada. Un fuerte sentimiento de decepción revolucionó mi cuerpo. El duende había desaparecido.



1 comentario:

  1. amo tu blog, es hermoso. & mui original.
    dejame tu msn, unbesito te dejo.

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